Contravida



Leo The counterlife, novela de Philip Roth que había estado postergando (lo bueno, dicho sea de paso, de una obra tan amplia como la de Roth es que, salvo que quiera uno agotarla en unos cuantos meses, lo que también sería comprensible, parece inacabable y, tras haber leído la que haya sido la última, uno sabe que quedan varias más, que hay Roth para rato). Aquí lleva al extremo lo que, en última instancia, quizá sea el rasgo más esencialmente rothiano, la clave de toda su obra: el enmascaramiento, la ventriloquía, la suplantación, el juego de las identidades (siempre me he preguntado, por cierto, si Roth habrá leído a Pessoa, y que opinará de él). Roth, magistral en prácticamente cada aspecto de la construcción novelesca, tiene un don particular para los finales, que se van construyendo poco a poco, in crescendo, y que cuando llegan a sus últimas líneas tienen la contundencia de un golpe. Aquí, el final es la carta de Zuckerman a Maria, la mujer con la fantaseó casarse y tener un hijo. Comienza con el conmovedor recuerdo de la agonía de Balzac y la puntualización (cierta para cualquier verdadero novelista e incluso para cualquier lector, leedor, de novelas) acerca de la verdadera naturaleza de un personaje: “When Balzac died he called out for his characters from his deathbed. Do we have to wait for that terrible hour? Besides, you are not merely a character, or even a character, but the real living tissue of my life”. Uno piensa no solo en Balzac, sino en Flaubert, desesperado en su lecho de muerte: “yo me muero, y la puta de Bovary se queda”. Claro. Para un auténtico novelista, un personaje no es un nunca solo un personaje.

Poco a poco, Zuckerman va develando su poética (la poética que en este caso no es exagerado atribuir al propio Roth): “It’s all impersonation –in the absence of a self, one impersonates selves, and after a while impersonates best the self that best goes one through… All I can tell you with certainty is that I, for one, have no self, and that I am unwilling to perpetrate upon myself the joke of a self… What I have instead is a variety of impersonations I can do, and not only of myself… But I certainly have no self independent of my imposturing, artistic efforts to have one. Nor I would want one. I am a theater and nothing more than a theater”. Pessoa habría sonreído.

Las líneas finales concentran toda la grandeza y miseria de la ficción, el doloroso misterio de aquellos para los que lo inventado, lo irreal, lo que pudo haber sido, ocupa la mayor parte de sus vidas. El personaje de Maria no quiere acabar en una novela de Zuckerman, quiere escapar, pero no hay alternativa: “To escape into what, Marietta? It may be as you say that this is no life, but use your enchanting, enrapturing brains: this life is as close to life as you, and I, and our child can ever hope to come”.

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